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jueves

Bill ya estaba un poco borracho. Parker también, sentado en el respaldo de uno de los sillones capitoneados hablando con tres chicas a la vez. Andy aplaudía el segundo tema de los tipos esos vestidos de Elvis con cuernos de vaca, una versión bizarra de Final Countdown de Europe que decía algo así como "soy torero y putero", y los gatos finos -impecables- que acompañaban a los franceses gordos de la otra mesa les hacían los coros. Todo muy correcto en lo formal e incorrecto en lo político: mi trago y su precio, los colores de la ropa de la gente, el aroma Faena que a pesar de estar permitido fumar se percibía intacto al fondo, como un retrogusto con función de recordatorio de dónde estábamos (siempre me divirtió el concepto de "fragancia exclusiva" para un desodorante de ambientes). Jueves pasadas las doce eran. Y ahí fue que Gonzalo me presentó a su amigo Lautaro, primo de Martín, el que estudia afuera. Ojos claros, veintivarios de afteroffice, rulo controlado con

Y

Y es la extraña sensación de que por un momento -sólo por un momento- el país estuvo a punto de, casi al borde de arrebatarle el mango de la sartén a quienes lo sustuvieron históricamente. De mal modo, eh. Por las malas, con toda la furia y prepotencia del que sevillana nueva arrebata en plan euforia sin medir consecuencias. Y sin saber del todo qué iba a hacer con él. Y es también la tristeza e impotencia de saber que los cambios drásticos no son para estos pagos y la certeza de que las dialécticas existen, y son inexpugnables. Que al que la pisa no se la saca así como así, gambeta y caño. Y que me voy a quedar con ganas de saber qué hubiese pasado si, cómo se habría roto y cómo se habría rearmado luego. Porque en conjunto somos Argentinos, incorregibles y contradictorios. Y conservadores. Muy conservas. Y ante la angustia de la duda, Palermo siempre nos tira para el lado del olvido.

axioma

Uno ya lo tiene el cuento, todos lo repiten. De una u otra forma, es uno de los pocos axiomas irrefutables del ser humano: estamos hechos para reproducirnos. P ara cualquier cultura, la reproducción de sus miembros como hecho colectivo es imprescindible en pos de la perpetuidad –dado el carácter finito de sus componentes- y la perpetuidad es siempre EL fin. Eso desde lo colectivo. Y nadie lo discute. Desde la lógica del individuo, a través del tiempo y de una y mil formas se nos dice, se nos enseña y se nos convence de que la vida cambia su sentido de forma rotunda y casi mágica cuando a uno le nace un pibe. Ese momento tan importante, dicen deviene bisagra y convierte a los que lo han vivido en miembros de un Club diferente que habla un idioma que sólo los propios miembros puede entender cabalmente. Esa membresía nos la refriegan en la cara desde pendejos (“ya vas a entender cuando seas padre”) y lo siguen haciendo más crecidos (“boludo te cambia todo, las prioridades se invierten, y