Garúa y la lluvia

Mi perra Garúa aprendió que los días de lluvia, antes de subir por las escaleras de mármol de casa, tiene que limpiarse en el felpudo de entrada. Se lo recuerdo diciéndole "patita patita", e inmediatamente lo hace con la delicadeza y parsimonia de una cortesana austríaca de quince años en su debut en sociedad, sin dejar de mirarme a los ojos en ningún momento. 

Una vez que asiento con mi cabeza, se da vuelta, sube grácil, y dos escalones más tarde me regala una última mirada cortés por encima de su hombro.

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